Querida, escuché entre el ruido tu clamor y en mí una compasiva reacción. Paré los caballos, bajé del carruaje y decidí dibujar un surco en el futuro.
La confianza, a toda mostaza, viene por la ruta de la sequedad y del misterio a perturbar, nada más que a abrirse paso.
Querida, sabés que mi cuerpo necesita algunos paseos constantes cual perro como respuesta a la necesidad de paisajes triviales para saciarse de la ingravidez que no hace más que joder. Pero nena, ¿acaso no ves que te confío mi perverso templo mientras paseo? Quizás sea cuando puedas entender mi hondura, ahí cuando las trivialidades abran paso al silencio tan anhelado, perseguido incansablemente para escurrirse imitando a la fugacidad del aire, todo el aire todo, menos el habido entre nosotros, capaz de soslayar cualquier tic y cualquier tac, capaz de eternizar cualquier piel de gallina, cualquier descarga o escalofrío, cualquier estallido en mis iris.
Querida, perdidos mis ojos, sabés bien que amasás mi alma por un rato. Solo por un rato tenés la llave y una socarrona sonrisa en mí.
5 de octubre de 2017
Dulce concesión
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