De la siesta primera al escupitajo más fiero. Luego acaeció la desgracia de ver jetas, ¡qué crudeza!
Enseguida, lo peor de la días: la traición, un vicio (¡tu vieja ya no es tuya!, y de ahí para abajo...) Fue entonces cuando conociste lo caras que son las reversas. Si no son únicos, ¿para qué seguir? Si los amigos son peligrosos y las prohibiciones tentadoras, ¿por qué siguen en toque de queda? Te enterarás, ya, que todo ha sido inventado. Solo es una cuestión de goce, si de trampa se hizo la ley.
Rápidamente aprendiste a hablar, a leer y también la necedad de escuchar, conociste lo sucio. Aprendiste el valor de la palabra, su filo hasta el hartazgo, y también que la diversión está en el descaro, y que siendo bueno en ambos, solés sufrir la plácida bronca de ser inocente, incluso a pesar de tu apatía.
Aprendiste lo que Carloncho musitó al mundo: ¡cuanto más caro, más salpicado de mierda, mierda!
Al mirar por la ventana no verás más que una rueda de amagues infinitos. Ratas corriendo por tener qué llorar, algo con lo que ocupar horas, lo más caro de toda la bola.
No será, entonces, soberbia, sino respeto con lo que el codo no puede borrar. Miedo a la falta, te tenés miedo a vos mismo.
Podrían ignorar hasta que el aburrimiento hace lo suyo, pero los bisturís son boomerangs (¡toda mierda llueve!). Y vos allí, en perpetua espera de novedades, en aras de aprender la paz a cada paso, a cada despertar.
Hiciste de la tristeza un kioskito para sentirte, un rincón para re-conocerte, un golpe para rehacerte.
Si el más serio tampoco logró nada, ¿quién te envío a pensamiento? Si viniste solo y lo peor es estar mal acompañado, ¿a quién vas a comprarle aire?
Hay solo pantomimas y la seriedad es una de ellas. Mejor viví en perpetua despedida, como te tocó venir.
2 de abril de 2019
Tiempo de autotraicionados
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