17 de agosto de 2017

Painkiller

Te quiero. Te quiero y no -tanto- para que cuides de mí. Mis tormentas son interiores, aunque sin saberlo sos alivio (no hay cura)
Si aún quisieras insistir en hacerlo, el esfuerzo debe serte ajeno. Respirar, existir, un plano de tus ojos... no creo te sea costoso.
Te quiero, y si pudiera, batallaría contra cada uno de los males que son deseosos de hacerte flaquear (¡si tan solo supiera cómo!) Pero te pienso tanto que mi papel es estar un paso a la izquierda y uno atrás, es verte riendo por el camino.
Es que si me intrometiera en tu batalla, sería reconocer debilidad en vos. Y es esa mi batalla, verte finar toda flaqueza que se te anteponga. Ser tu espectador cumple mi rato acá.
Y cuando te siento cerca, algún cuidado me hace falta, ¡me vulneras! Y es que conozco la debilidad aún en la plenitud, pero es el placer de algún rastro de dolor; sé que querés... Y con gusto me lo permitiría.
Gritaría en el más absoluto silencio, haría las menos disimuladas señas, entristecería todavía más mis ojos si así necesitara, y te regalaría mi todo para que notes que dándome una mano y con la otra señalando el camino, un paso a la derecha y uno adelante, me hacés sentir seguridad inusitada, un entusiasmo infantil en lo hostil, una vida en lo incoloro.
Y si me cuidás, puede que me contradiga, porque sos la coronación que anhelo para mis varias trifulcas.
Y si me cuidás, ya no vas a encontrar resistencia alguna. Tendrás que conformarte con un diminuto regalo (lo que quede de mí).
Te quiero.

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