9 de agosto de 2017

Póstumo

Justo cuando comprendo de una vez por todas, miro alrededor y no veo a quien querer abrazar. No veo la razón de abrir los brazos si en esa claridad no veo la representación oscura de mí que vi enfrente.
Quizás las formas de encontrarse no sean semejantes a la pulcritud, ¿pero alguna vez se te plantó alguien y te quebró?
Obviamente, la incomprensión lleva a que nos carcoman las ganas de gritarla. Lo guardado aflora de las peores formas, y a veces las peores formas afloran con el cajón vacío también.
Si, ya sé, inocencia a cuidar, pero no hay ingenuidad. Si, a veces veo cuernos en tu aura. Consciente o no, hacés cundir la incredulidad, ¿no la ves?; aún así, mi ceguera fue solo temporal. Tarde, claro.
Una inocencia desubicada siempre pero inmenso néctar para el temple. Una inocencia que se vale de ideales que amainan para encajar (che, que solo a veces es fea la soledad. Solo a veces) ¿Pero cuántos contamos antes de que los dedos se arrepientan de erguirse por números vacíos?
Pero dame esa inocencia todo el tiempo que creas aguantar, y es que la llevas tan bien que enerva para luego remorder...
Hacés alarde de esa indecisión, ¡y yo tan convencido de pegarmela contra un muro! Tan aceite y tan agua que me llamás para que quiera irme pero aún respondo dócil para volarme en un enojo que no tiene por qué serlo al minuto; tanta parla para esconder.
Sos un libro y yo me trabo patológica y permanentemente al leer. Me encanta tropezar y viviría topándome con tus piedras que tirás queriendo o solo siendo. Ansío conocer tu piso desde cerca, acostado regocijándome en tu agridulce.
Tu simpleza me entretiene buscándole sentido. Una simpleza que no se lleva simplemente.

Callé, solo eso. Y hay otras cosas que no me perdono...

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