Desde el silencio, la efusividad resulta un vejámen. Resulta, claro, que no todo viejo lobo, arrinconado por él mismo, muestra los dientes. Más bien, quizás alguno de ellos, vive en la feliz opacidad de conocer el curso siempre desdeñable de las simples, más simples cosas. Sabe, alguno de ellos, que los dientes son la hilacha...
Sabe, alguno de ellos, que no siempre ese que mueve la cola sabe lo que hace, quizás porque andar oliendo culos cortés y aparentemente lúdica y desinteresadamente los mantiene abstraídos de la seriedad que supone cada huella en la nieve. Quizás haya baratura en no mirar, alguna que otra alocada vez, el fango, pero solo lo sabremos al llegar a la caverna.
Casi nunca era de a dos, sabés. Jamás deseado fue eso. Y era tan lindo ver arrumacos y acicalamiento entre tanto color, que el boludo no sabía con qué quedarse, ¡pero qué dilema! Pero el gris parece abundar por estos giros, se prefiere la seguridad. Grupear es ley, como diría un bípedo. Ya sé, algún momento de dulce tarascón hay, pero el aullido contagioso va cundiendo como una avalancha que ya nos obliga a vivir en puntas de pies. Y obvio, alguno de ellos ni baila ni corre ni desdeña su olfato con algún poco fino orto.
Prefieren el eco y no los reconozco. Menos mal que son iguales y no la misma especie. Todavía me mantengo candente en mi silencio, el silencio. Aguardando ese letargo ando, y de vez en cuando me permito salir del apagón a ver qué fría luz los llama desde un ficticio calor aunque sí saben que a pasar frío van, siempre al fin, siempre al cabo.
Y yo que pensé que esos raros se habían ido de nosotros, pero no. Cada aurora los siento más familiares, entiéndolos más y es asustadizo, tanto que si supiera reírme lo haría. Cometen la misma santa estupidez, perdieron el vívido color de los globos, al menos el que jodía todo el tiempo, para su bien. Ahí andan, ahí los tenés, solo pueden hacer lo suyo cuando ellos mismos se los permiten, y ya solo unos poco usuales lo hacen. Quizás al sur, en algún manglar, lo hacen, sé que sí. Pero son los poco usuales, a los que paradójicamente los echan con nosotros o con mis primos. Pero algunos de ellos, esos, se permiten tan bien el escape, la supervivencia, el adorno a ese cosquilleo latente, le dan vida.
Están volviendo a la caverna, nos siguen. Los siguen, yo no soy igual a ellos, y ellos tampoco a ellos, pero debo aullar. Verdad alguna, pero desde la quietud debo fabricar mi placer, su displacer al llegar.
16 de febrero de 2018
Desde el pliegue
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