12 de abril de 2018

Dulce bilis

Un día de añoranza, quizás sea de la banalidad de algún día. Sirvieron unas pocas horas para ordenar los estantes, aunque no trato de no engañarme, es solo más un rato de mi permanente análisis (vaya divertimento)
De todo ello, disfruté ávidamente algunos pasajes dónde me explicaba algunas cosas a mí mismo (claro que solo el hecho de haber sido fruitivo fue la novedad): desde que vagisil se subió a mi púlpito nunca más volví a querer pasear por el puerto, y he allí una razón de que viva en una apatía constante. Claro que mi desconcierto, celoso, no me deja-dejarme llevar por veranitos y allí caminando-ando, sin saber qué bondi me deja bien; mi sueño constante me ahorró la inconsistencia que suelo aborrecer, ¡qué gratis que resultan los demás!; lo grandioso que resulta ser el miedo de arrastrar el alguien que cunde en mí. Quien con principios se mueve piérdese la melaza de las tantas ficciones, y justo que la única pose que sienta bien a mis dientes es la ironía...; odian a los que no se cansan; entre la mente y la lapicera vuela siempre una mosca y se me caen dos cosas: la genialidad y la satisfacción; siento devoción por que me peguen bajo y aberración por que jueguen sucio; la guitarra suena bien porque se porta en las zonas de placer, almacén y erozona.
Lo peor de todo, la sobriedad.
Con brújula y sin debilidad, no puede uno vomitar.

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