29 de abril de 2018

Al decano

Me perdí hasta aparecer en una cueva familiar. Húbolas muy lindas, tanas y rapadas, para todos los gustos. El cortejo se transforma en una virtud, el erizo debe ser tentado.
Por suerte, ante el rumor pude flotar.
Vi al decano afinando el arpa. Fue un ladrón de admirar (de diez, se lastró nueve) Esta vez no hubo olor a pasto ni estuve pululando a la espectativa. Fue desagradable ver tanta máscara cordial entre tanta anestesia (ambos sabemos, cordial no hay) Preferí no dormir.
Más barato fue oír sin escuchar los elogios, pretender, a mis mismas espaldas, respirar evitando el hastío de existir. El respeto no se ve, no hay por qué ostentar.
A decir verdad, nunca tuve experiencia en esto. Pensé lo difícil que sería radiografiar a la belleza toda vuelta, y no pude pensar nunca más. Me asombró el tropezón de la satisfacción a la cama, de respirar al aire prestado, de la calle a la intensiva. Entre la indefensión y la debilidad hay toda una vida. No hay vuelta para el crepitado en una bocanada, che.
Llegó a verme, fui negro ante la luz, me hice un espacio antes del túnel, fui el primero de los dos barbudos y a mí no me rezan. Tiró una madeja de valores y entereza ante un son festivo, ¿qué más uno le puede reclamar?
Deseo ya que el confín a la vieja escuela sea salpicado en paz y manchado en liviandad. Eso es lo que nos permite volar.
Viento de mar, que nunca diste gentileza y por eso te sigo admirando, que me enseñaste a ser reacio, que los valores son los mejores somníferos y que a la mano blanda la mueven los otros, espero que siga tu rumbo hacia salones con patas de jamón colgantes, con la manteca esperándote y el recuerdo de travesuras de antaño se apropie de vos.

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