15 de agosto de 2018

Mi obsesionario en aquel conticinio

Hice del frío un café, y desazón amagó tu impuntualidad. ¡Estabas tan linda!... yo meneando el rabo desde que supe de vos.
El paseo comenzó por las habituales banalidades que de no ser por tu voz lo serian aún más. Bailabas en artimañas para sujetarme a no sé qué parte de tu cara. Me ví perdido todo el tiempo.
Por allí, algunos caprichos que supe encausar con mis frías manos hasta ese monolito bajo el cual era todo de primavera en pleno hastío.
Sin otra para mí que andar sambando entre el sí y el sí a todo, no tuve más que un modo fácil para ser yo con vos.
Y yazgo aquí, entre la urgencia de esta vez y fabricar un lugar en donde dar vida a este entusiasmo de brote continuo.
Reclinados ya tu belleza y mi latente implosión sobre ese mármol, devoré ávidamente el cortejo que improvisaste, esa casualidad llena de intención.
No importaron el viento, el frío, las luces ni gran parte de tu perorata. Tampoco ese pequeño can que corría y ponía risa a la risueña seriedad de nuestro asunto. Mi lugar eran tus modismos. El tuyo, una excusa para engrupirme hasta ver los nervios respirando por mis palabras ya entrecortadas.
No quedó más que para silencio. Recoleta corría, el mundo urgía entre sinsentidos, pero ese monolito fue la dulzura de toda quietud. Quietud rota cuando asaltaste mi boca. No hubo cortocircuito. Mente, cuerpo y alma corriendo en unísono tras vos.

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