3 de mayo de 2019

Neófito

Por algún lado han cantado el primero de los suaves más adictivos que la noche misma, yo solo cumplí ordenes; el placer siempre de a pocillos. O mejor dicho, los placeres: no más que putos momentos que embelecan.
Mientras chifla alguna insoportable, ya bañada en vinagre y fuera la basura (aunque algo blancuzco pulula aún), me distraigo en el movimiento que se parece al de mis ideas. Espiral.
"Tratala bien, que no se parezca bien a vos. Que le tome su tiempo, es sano"
En círculos yo, imbécilmente, mientras ella dejaba de silbar. O también pensé: ese chirrido no era más que mi cabeza fritándose.
Ante el calor, mi cara eligió, inusitadamente, la máscara mejor para ayudar. Enfrente, una mezcla de desprecio y buen gusto, y convencido yo, aún, de que me topé con un lindísimo y eslavo oxímoron. Sabía ya de su existencia, y como para no contradecirme, el azar me explicó que no era vida, sino recuerdo. No más que existencia, así fue. Picardía si las hay. Veinticuatro años de picardía.
"Vos sabés que ni yo me creo. Pero para mayor amargura, me das la razón", retumbaba en ese laberinto de carne y mierda, como en una especie de prosa con ritmo de venganza.
Aún con feos disfraces, pero doy fé que abunda inocencia. Pero... ¿dulzura?
Me apagué aunque de ese puto barco me escupieron. Aún así, agarré viaje hacia la caramelera como un toro enardecido.
"Espere que se viene el segundo. Un segundo, usted siga"
Por primera vez corrió en mis venas el entusiasmo de escuchar. ¡Me sentí un artista!
Y sí, el desprecio es también un llamamiento a la desgracia. Fue escuchar mientras afilaba el dardo, pero me terminó envenenando a mí y he aquí mi bobera.

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